Robert Mapplethorpe contra los profanadores del arte
“He was a bad boy” nos dijo la profesora de fotografía. Y al oír las risas de algunos alumnos lo enfatizó: “Really, he was a bad boy”. Casi nadie sabía lo que quería decir. Catalogar a Robert Mapplethorpe de “bad boy” es casi un eufemismo, vestir a un lobo con los ropajes de un cordero.
Hasta el seis de enero de 2019 se podrá ver una exposición retrospectiva en el Museu de Serralves de Oporto que recoge 179 fotografías de Robert Mapplethorpe. Una exposición de estas características es llamativa de por sí, aunque no han sido motivos estrictamente artísticos los que han provocado que la muestra pase al primer plano de la actualidad. Poco después de la presentación oficial de la exposición se desencadenaron una serie de situaciones rocambolescas con de dimes y diretes entre el comisario de la exposición —por entonces director del museo— y la dirección de la Fundación Serralves (propietaria del museo). Incluso ha habido una intervención del presidente de la Fundación Robert Mapplethorpe y una visita de una comisión del Parlamento portugués.
El transcurso de la polémica en sí no me interesa lo más mínimo, la prensa portuguesa y la española dieron cuenta de ello enseguida y al poco tiempo la prensa internacional hizo lo propio. Se pueden leer los detalles, pero la verdad no creo que la sepamos, al menos no toda la verdad.
Resumiendo: 20 fotos de las seleccionadas por el comisario no se han exhibido (pero esto está aclarado por el propio comisario, parece que no encajaban con el relato de la exposición); el comisario había prometido que no habría salas prohibida para nadie, tan sólo una advertencia obligada por la ley, pero al final eso no ha sido así, una selección de fotografías se encuentran en una sala a la que sólo se puede acceder siendo mayor de 18 años, en un principio se especuló con que los menores de 18 años podrían entrar en esa parte de la exposición acompañados por un adulto. A modo de detalle ridículo hay que decir que el aviso a la entrada de la sala restringida está puesto en un cartel de papel muy cutre y medio despegado, nada que ver con el cuidado puesto en el resto de la muestra.
De nuevo se ponen cercos al arte, al arte que (en teoría) incomoda. Aunque esto es muy matizable. Y es que, si bien en la zona prohibida para menores de 18 años se pueden ver fotografías con contenido sexual muy explícito (un puño penetrando un ano, un tipo introduciéndose su propio dedo por el orificio del pene, un autorretrato de Mapplethorpe con el mango de un látigo insertado en su ano o imágenes de corte sadomasoquista), también hay otras sin contenido sexual explícito ni implícito, tampoco erótico, ni siquiera llaman a la revolución. De hecho, en la zona general (precedida tan sólo por una advertencia avisando de que algunas imágenes podían herir la sensibilidad de los visitantes) había imágenes que con mayor intención erótica o sexual o directamente interpretables como sexuales que varias de las que estaban escondidas detrás de la barrera de los 18 años.
No he conseguido averiguar la razón para la presencia de esas fotografías en la zona restringida. Me extraña que pertenezcan a la misma época o serie de fotografías. Es cierto que la muestra tiene un componente cronológico, pero la sala restringida a menores de 18 años está en mitad de la exposición, por lo tanto era fácil sacarlas del espacio. No quiero pensar en razones ocultas. Pero parece que ya que escondían algunas fotografías se las han ingeniado para esconder algo que no tenía porque estarlo. Además, si la razón para situarlas en esa sala era no alterar la obra de Mapplethorpe, la obra ya estaba alterada desde el momento en que se restringe una zona a menores de 18 y se separa del resto de la obra.
El problema es que el daño está ya hecho. Un daño absurdo. En la mente de instituciones y de la gente en general está instalada la idea de que este tipo de censura es posible, asumible e incluso deseable. Si dejamos de lado que 20 fotografías no se expusieran —aunque seleccionar 20 fotografías, llevarlas de Estados Unidos a Portugal y luego no exponerlas es algo absurdo—, la polémica de limitar el acceso a una sala concreta, por muy explícito que sea el contenido, no es una broma. Es una exposición, con no ir, con no mirarlas o pasar rápido a lo siguiente basta. El espacio está lleno de belleza, basta con mirar en otra dirección. Avisar del contenido era suficiente. Un niño pequeño no va solo a un sitio así y una persona joven que decide visitar una exposición de estas características, por muy impactantes, diferentes, llamativas, sexuales o desagradables (se puede poner el adjetivo que cada uno quiera) que sean las imágenes no creo que vaya a asustarse, sobre todo si se comparan con el contendio que podría ver sin ninguna restricción en la propia muestra ni con algunas de las fotos dispuestas en la zona restringida que, como ya he dicho, no tiene sentido ninguno que estén allí.
Reparar en otras obras de la historia del arte, por ejemplo, Saturno devorando a su hijo —mitología, una metáfora, pero una imagen agresiva y salvaje— o El Jardín de las Delicias —con contenido sexual (y no sexual, por supuesto) explícito e implícito— me plantea una duda , ¿deberían revisarse todas las obras de arte y determinar si hay que para prohibir su visionado a menores de edad? La respuesta es NO.
Lo importante
No quiero dedicar un texto a la exposición sin pararme en el trabajo en sí, sin hablar de lo que realmente importa: la obra de Robert Mapplethorpe.
Las fotografías que componen la exposición están hechas en su inmensa mayoría con una técnica muy cuidada, la iluminación es inmejorable y el tipo de impresión y revelado sólo las embellece. Hay en la obra de Mapplethorpe una perfección formal muy llamativa y evidente. El formato, cuadrado casi siempre, remarca las composiciones y las hace más armónicas si cabe. En la búsqueda de esa perfección formal, Mapplethorpe siempre fotografiaba los elementos muy bien enfocados, de frente, sin filtros o lentes extrañas y con exposiciones muy equilibradas.
Pararme en esta perfección formal puede deberse a cierta obsesión personal, aprecio belleza en lo bien hecho por el simple placer de que esté bien hecho. Sin embargo, era el propio Mapplethorpe quien buscada esa perfección formal: “la calidad es tan importante para mí que quiero que todo esté enfocado. Quiero que las sombras caigan en el lugar adecuado, que las líneas sean perpendiculares. No quiero dejar demasiado al azar”.
Aunque no sean las únicas, donde encuentro más interesante y bella la obra de Mapplethorpe es en fotografías, en principio (a veces en general), más inofensivas desde el punto de vista erótico o sexual. Quizá porque sean belleza en sí mismas —algo que no es menor ni mucho menos. Hablo de fotografías sin más pretensión que plasmar y recoger lo bello sin la perturbación que pudiera provocar el componente sexual, que no es una distracción, pero es obvio que puede (de hecho lo hace) alterar la percepción de la obra.
Mapplethorpe empezó a fotografiar ese tipo de imágenes porque “los grandes fotógrafos no hacían fotografías explícitas sobre sexualidad” y consideraba “interesante” esa "área inexplorada”. Pero el propio fotógrafo quiso restarle importancia e intentó huir de esa etiqueta que le acabó precediendo. Consideraba que esas fotografías eran una etapa más de su obra y que la gente le otorgaba demasiada atención: “cuando presentas una exposición en que apenas un tercio de la obra tiene que ver con la sexualidad, las personas ignoran todo el resto y sólo hablan de esa [parte]”. En términos formales consideraba que fotografiar una flor o un pene era casi lo mismo: “una cuestión de iluminación y composición. No hay grandes diferencias”. Y es cierto, la inmensa mayoría de las fotografías que aparecen en la muestra —y que componen la obra de Mapplethorpe— están muy elaboradas técnicamente, son trabajos cuidados, pensados y medidos, da igual el motivo que sea.
En las fotografías de Robert Mapplethorpe hay mucha más búsqueda que improvisación, aunque la luz que desprenden, por ejemplo, los retratos son fogonazos que duraron un instante y que logró plasmar. Había que estar allí.
Nota1: La exposición ‘Robert Mapplethorpe: Pictures’ se puede visitar en el Museu de Serralves de Oporto (Portugal) hasta el 6 de enero de 2019.
Nota2: Los entrecomillados son declaraciones de Robert Mapplethorpe traducidas por mí que se recogen en el ensayo Mapplethorpe’s Search for Intense, Ordered Beauty, de Jonathan Nelson.